viernes, 13 de agosto de 2010

El Imperio Bizantino

El Imperio Bizantino


Parte oriental del Imperio romano que sobrevivió a la caída del Imperio de Occidente en el siglo V d.C., su capital fue Constantinopla (la actual Estambul, en Turquía) y su duración se prolongó hasta la toma de ésta por los turcos otomanos en 1453.

Constantinopla se convirtió en la capital del Imperio romano de Oriente en el 330, después de que Constantino I el Grande, el primer emperador cristiano, la fundara en el lugar de la antigua ciudad de Bizancio, dándole su propio nombre. De forma gradual la desarrolló hasta convertirla en una verdadera capital de las provincias romanas orientales, es decir, aquellas áreas del Imperio localizadas al sureste de Europa, suroeste de Asia y en la parte noreste de África, que también incluían los actuales países de la península Balcánica, Turquía occidental, Siria, Jordania, Israel, Líbano, Chipre, Egipto y la zona más oriental de Libia. Los investigadores lo han llamado Imperio bizantino según el antiguo nombre de su capital, Bizancio, o también el Imperio romano de Oriente, pero para los coetáneos, y en la terminología oficial de la época, era simplemente Roma y sus ciudadanos eran romanos (en griego, rhomaioi). El griego era la lengua principal, aunque algunos habitantes hablaban latín, copto, sirio, armenio y otras lenguas locales a lo largo de su historia (330-1453). Sus emperadores consideraron los límites geográficos del Imperio romano como los suyos propios y buscaron en Roma sus tradiciones, sus símbolos y sus instituciones. El Imperio, regido por un emperador (en griego, basileus) sin una constitución formal, lentamente formó una síntesis a partir de las instituciones tardorromanas, del cristianismo ortodoxo y de la cultura y lengua griegas.

Etapa inicial

Constantino estableció las bases de la armonía entre las autoridades eclesiásticas y las imperiales que duró a lo largo de la historia del Imperio. Éstas incluían la creación de un sistema monetario basado en el solidus de oro, o nomisma, que perduró hasta la mitad del siglo XII. La prosperidad comercial de los siglos IV, V y VI hizo posible el auge de muchas antiguas ciudades. Las grandes propiedades dominaban el mundo rural y aunque los elevados impuestos tuvieron como consecuencia el abandono de la tierra, la agricultura permaneció como la principal fuente de riqueza del Imperio. La Iglesia y la Corona adquirieron vastos territorios, convirtiéndose de este modo en los mayores terratenientes del Imperio. Una rigurosa regulación imperial sobre la pureza y suministro de los metales preciosos, al igual que sobre la organización del comercio y la actividad artesanal, caracterizaron la vida económica.

El emperador Justiniano I y su esposa, Teodora, intentaron restaurar la antigua majestuosidad y los límites geográficos del Imperio romano. Entre el 534 y el 565 reconquistaron el norte de África, Italia, Sicilia, Cerdeña y algunas zonas de la península Ibérica. Sin embargo, este esfuerzo, junto con los importantes gastos contraídos al construir edificios públicos e iglesias, como la de Santa Sofía en Constantinopla, agotaron los recursos económicos del Imperio a la vez que distintas plagas diezmaron su población.

La función imperial

El Imperio bizantino fue regido por unos emperadores autocráticos, que constituían la fuente de la autoridad gubernamental. Ellos fueron los responsables de mantener la doctrina religiosa ortodoxa, situando toda la fuerza del poder imperial bajo una uniformidad doctrinal. Los emperadores lucharon por esa uniformidad, en parte para obtener el apoyo de la Iglesia, pero también porque creyeron que la supervivencia y el bienestar del Imperio dependían del favor divino. En el 726 León III el Isaurio instituyó la política contraria al uso de imágenes en el culto, o iconoclasia, lo cual puso en marcha una controversia que duró hasta el 843, con unas consecuencias de largo alcance para las relaciones entre la religión y el arte en la sociedad bizantina. El emperador, encarnación viviente del derecho, emitió leyes, y era el último intérprete del derecho civil. La última responsabilidad en todas las cuestiones políticas y militares recaía sobre él; jugó un papel decisivo en la designación y cese del patriarca de Constantinopla y otros cargos eclesiásticos. El emperador estaba a la cabeza de un espléndido protocolo oficial, y la sociedad bizantina se caracterizaba por un firme sentido de jerarquía y una minuciosa atención al protocolo. También fue uno de los más importantes protectores del arte y arquitectura bizantinos.

El legado bizantino.

Esta concepción de la autoridad imperial, la creación del alfabeto cirílico realizada por los misioneros bizantinos para los pueblos eslavos, así como la conservación de antiguos manuscritos griegos y de la cultura helénica por eruditos bizantinos han sido las más importantes contribuciones del Imperio bizantino a la posterioridad. La tradición intelectual bizantina no murió en 1453: los eruditos bizantinos que visitaron Italia (bien por su cuenta, bien como enviados imperiales) durante los siglos XIV y XV ejercieron una fuerte influencia sobre el renacimiento italiano. El resurgimiento en el reinado de los Paleólogos de aspectos del clasicismo griego, especialmente el enciclopedismo, la historia, literatura, filosofía, las matemáticas y la astronomía, fue transmitido a una expectante audiencia de eruditos italianos y residentes griegos en Italia; de este modo la cultura bizantina sobrevivió largo tiempo a la desaparición del Imperio. Las tradiciones y conductas bizantinas también pervivieron entre los griegos y los pueblos eslavos. La conversión de los gobernantes búlgaros, serbios y rusos al cristianismo ortodoxo en los siglos IX y X condujo a estos pueblos hacia las esferas cultural y religiosa bizantinas, e influyó de manera notable en su desarrollo en época medieval y en los inicios de la edad moderna.

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